Hace algunos años, acudí a un retiro espiritual que prometía ayudarme a encontrar a mi ?verdadero yo?, lo que sea que eso signifique. Siendo honesto, me sentía tan perdido en la vida que estaba dispuesto a agarrarme de cualquier cosa con cara de salvavidas.
Al comenzar dicho retiro, nos pidieron cerrar los ojos, hacernos conscientes de nuestra respiración e intentar hacernos conscientes de nuestro propio cuerpo. Al terminar el ejercicio, algunos compartieron sus experiencias. Un muchacho afirmó que había logrado sentir cómo fluía la sangre desde su corazón y llegaba a cada rincón de su cuerpo. Otra señora dijo que, al hacerse consciente de su respiración, llegó a sentirse una misma con el mundo. Como esos, hubo muchos comentarios. Cada uno mencionaba las sensaciones que habían tenido e identificaban las partes de su cuerpo con las que las percibieron.
La verdad es que yo no sentí, como mis compañeros, nada tan mágico. Sin embargo, hubo algo que sí me llamó la atención ya que, a pesar de que todos afirmaban haber sentido algo especial en alguna parte del cuerpo, ninguno de los participantes hizo algún comentario sobre sus pies. Parecía que todos fueran conscientes de su corazón o de su cabeza, y que todas las otras partes del cuerpo fueran meras añadiduras. Incluso me entristeció pensar que los pies son como aquel compañero rechazado en la primaria. Ese que en los trabajos de equipo se esforzaba por hacer un trabajo excelente pero que, a la hora de exponer, se quedaba callado y les cedía el crédito a sus otros compañeros.
Gracias a nuestros pies podemos percibir sensaciones maravillosas. Recuerdo la última vez que estuve en la playa, con la arena tibia y suave en la que se hundían mis pies, así como las olas que acariciaban mi piel tranquilamente. También recuerdo cómo se sentía el pasto mientras caminaba tomando la mano de aquella persona que tanto amé.
Incluso ha habido momentos en los que mis pies me han permitido percibir sensaciones con otros sentidos. Sin ellos no hubiera podido caminar hasta la punta de aquel volcán desde el cual admiré el paisaje más hermoso que he visto; tampoco hubiera podido llegar a aquella cita en la que le confesé que la amaba para después acercarme a besar sus labios carnosos.
Es injusto desconocer la importancia de nuestros pies, es sobre ellos que hemos llegado a nuestros mejores momentos.